La Vitalidad de un Dictador
El Presidente enfermó y por parte del medico experto en los últimos tratamientos médicos dijo: “…le quedan unas horas de vida”.
Sorprendentemente, el paciente no murió en el tiempo previsto; sólo agravó su estado, con una infección pulmonar. Hay que operar, dijo el cirujano mayor, pero me temo que no rebasará la intervención.
Le extirparon el órgano respiratorio y el Presidente Vitalicio, semanas después seguía vivo, aunque ahora entraba en coma debido a una hemorragia cerebral. El médico advirtió de nuevo sobre el desenlace inminente y fatal, cosa que no ocurrió porque el enfermo continuó complicando el cuadro clínico con cirrosis hepática, peritonitis, infarto del miocardio y trombosis múltiple.
Varios meses más tarde el estado del paciente era deplorable. Una serie de delicadas y complejas operaciones habían reducido considerablemente el área anatómica del operado, a la par que los boletines clínicos se hacían cada vez más desesperanzadores.
Poco tiempo después hubo que amputar las dos piernas y un brazo por la inesperada aparición de la gangrena.
A los tres años, lo que iba quedando del Presidente Vitalicio cabía en una almohada, pero aún así seguía dando órdenes, quitando y poniendo ministros, decretando leyes y aprobando pactos.
Un día el enfermo agravó realmente. Un traicionero tumor maligno, alojado en la nuez, comenzó a hacer metástasis a velocidad asombrosa. Y se hizo necesario cortar por lo sano.
Al terminar la gran operación, del Presidente Vitalicio sólo quedó un ojo. Un ojo abierto que la junta de médicos se pasaba de mano en mano, emitiendo diagnósticos, sugiriendo tratamientos y aventurando pronósticos. Se nos cierra pronto, dijeron.
Pero el ojo del Presidente Vitalicio continuó abierto, burlándose de médicos y generales, atemorizando a la población, mirando fijamente, abierto y vigilante, con la única preocupación de ver por dónde iba a surgir la insurrección popular.
Manuel Alí Ramos Reyes
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