lunes, 14 de mayo de 2012


CRISIS Y REINVENCIÓN EUROPEA

Hasta el mayor de los barcos se hundirá si es pilotado hasta alta mar sin acabar de construirse o con importantes defectos de diseño. Eso es lo que está sucediendo ahora con el proyecto europeo, cuando la eurozona sufre los embates de sucesivas oleadas especulativas. Cuantos más líderes europeos repiten promesas tranquilizadoras acerca de Grecia, menos les creen los mercados. Ya es hora de enfrentarse a los hechos: el mundo ya no está apostando en contra del euro, está poniendo a prueba la sostenibilidad del propio proyecto europeo.

Con el euro los líderes se han centrado en el pánico a los mercados en lugar de abordar problemas más profundos. Se han encadenado precipitadamente medidas diversas: pruebas de resistencia carentes de credibilidad, una facilidad de crédito obstaculizada por reglas estrictas, la emisión conjunta de bonos que no son tanto eurobonos como, más que nunca, una supervisión presupuestaria europea sobre los 17 miembros de la eurozona.

La política exterior y de seguridad de Europa también afronta un vacío de credibilidad. El histórico proyecto de ampliación se ha detenido y, como resultado, la Unión Europea ha pasado de ser vista como el futuro de Turquía a ser tachada de "comatosa, estancada y geriátrica" por el primer ministro de ese país. La respuesta de Europa a la primavera árabe ha carecido de ambición, generosidad e imaginación (ha consistido solo en hablar de más mercados, dinero y movilidad).

Pero la incapacidad de la UE de gobernar su propia casa está alimentando la percepción global de su decadencia. Y esas percepciones de declive hacen de los europeos unos ciudadanos cada vez más cortos de miras, que solo intentan proteger su porción de un menguante pastel. El problema no ha sido el euroescepticismo, sino más bien unas élites en conflicto consigo mismas que se sienten asediadas por el populismo. En lugar de abogar por soluciones europeas, los líderes de Europa han desmentido hasta el último minuto su adopción de políticas comunes, para luego tratar de introducirlas de manera encubierta.

La solución a este enigma no vendrá mediante el intento de trivializar los problemas de Europa o buscando en Bruselas soluciones al gusto de todos. Desde que Francia y Holanda votaran no en 2005, los pro europeos han actuado como el niño que puso su dedo en el dique; no queriendo aportar fundamentos por miedo a ser anegados por una inundación de euroescepticismo. Como resultado de ello se han encontrado defendiendo un insatisfactorio e insostenible statu quo: una moneda que no está respaldada por un tesoro público; fronteras conjuntas sin una política migratoria común; y una política exterior europea tecnocrática, divorciada de las fuentes de poder nacionales. Ello ha sumido a los líderes europeos en la incapacidad de sintonizar de un modo constructivo con el público sobre grandes temas políticos, como lo son la crisis financiera, la inmigración o Turquía.

El único camino para recuperar credibilidad -y para contener la marea de desintegración- será el de abordar esos problemas de frente y, al tiempo, cuestionar los clásicos enfoques pro europeos que utilizaban el idealismo para evitar decisiones difíciles.

En lugar de ocultar este hecho, las instituciones europeas necesitarán enfrentarse a él, y buscar los modos de mantener el sentido de un objetivo común en el mundo mientras se impide que países auto excluyentes como el Reino Unido entorpezcan las soluciones efectivas para cada una de las áreas de integración.

Por otra parte para prevenir que una Unión más diversa se empantane en una competición en busca de recursos de suma cero, los líderes europeos necesitarán llegar a un nuevo y explícito acuerdo entre acreedores y deudores, entre Estados miembros del Norte y del Sur, del Este y del Oeste. Ello necesitará conciliar austeridad con transferencias de presupuesto, y liberalización con protección social.

Y, finalmente, los líderes de Europa necesitarán encontrar el modo de volver a inyectar política en la integración. Eso es más fácil de decir que de hacer: el método Monnet fue declarado muerto hace tres décadas, pero los Gobiernos europeos se han visto obligados a recuperarlo repetidamente ante la dificultad de ganar a la opinión pública.

Sin embargo, la triple crisis de Europa ha despojado a los Gobiernos nacionales del lujo de esconderse detrás de los débiles líderes que instalaban en Bruselas. Para impedir las consecuencias electorales del fracaso, deberían establecer ahora un panorama que las instituciones de la UE puedan poner en práctica. Desde su comienzo, la integración europea ha ido progresando en respuesta a crisis repetitivas, pero requiere de liderazgo político para hacer de ellas una fuente de energía en vez de parálisis. Este es el momento para la reinvención, no para el conservadurismo.

María Gabriela Sosa Anaya.

No hay comentarios:

Publicar un comentario