CRISIS Y REINVENCIÓN EUROPEA
Hasta el mayor de los barcos se hundirá si es pilotado hasta
alta mar sin acabar de construirse o con importantes defectos de diseño. Eso es
lo que está sucediendo ahora con el proyecto europeo, cuando la eurozona sufre
los embates de sucesivas oleadas especulativas. Cuantos más líderes europeos
repiten promesas tranquilizadoras acerca de Grecia, menos les creen los
mercados. Ya es hora de enfrentarse a los hechos: el mundo ya no está apostando
en contra del euro, está poniendo a prueba la sostenibilidad del propio
proyecto europeo.
Con el euro los líderes se han centrado en el pánico a los
mercados en lugar de abordar problemas más profundos. Se han encadenado
precipitadamente medidas diversas: pruebas de resistencia carentes de
credibilidad, una facilidad de crédito obstaculizada por reglas estrictas, la
emisión conjunta de bonos que no son tanto eurobonos como, más que nunca, una
supervisión presupuestaria europea sobre los 17 miembros de la eurozona.
La política exterior y de seguridad de Europa también
afronta un vacío de credibilidad. El histórico proyecto de ampliación se ha
detenido y, como resultado, la Unión Europea ha pasado de ser vista como el
futuro de Turquía a ser tachada de "comatosa, estancada y geriátrica"
por el primer ministro de ese país. La respuesta de Europa a la primavera árabe
ha carecido de ambición, generosidad e imaginación (ha consistido solo en
hablar de más mercados, dinero y movilidad).
Pero la incapacidad de la UE de gobernar su propia casa está
alimentando la percepción global de su decadencia. Y esas percepciones de
declive hacen de los europeos unos ciudadanos cada vez más cortos de miras, que
solo intentan proteger su porción de un menguante pastel. El problema no ha
sido el euroescepticismo, sino más bien unas élites en conflicto consigo mismas
que se sienten asediadas por el populismo. En lugar de abogar por soluciones
europeas, los líderes de Europa han desmentido hasta el último minuto su
adopción de políticas comunes, para luego tratar de introducirlas de manera
encubierta.
La solución a este enigma no vendrá mediante el intento de
trivializar los problemas de Europa o buscando en Bruselas soluciones al gusto
de todos. Desde que Francia y Holanda votaran no en 2005, los pro europeos han
actuado como el niño que puso su dedo en el dique; no queriendo aportar
fundamentos por miedo a ser anegados por una inundación de euroescepticismo.
Como resultado de ello se han encontrado defendiendo un insatisfactorio e
insostenible statu quo: una moneda que no está respaldada por un tesoro
público; fronteras conjuntas sin una política migratoria común; y una política
exterior europea tecnocrática, divorciada de las fuentes de poder nacionales.
Ello ha sumido a los líderes europeos en la incapacidad de sintonizar de un
modo constructivo con el público sobre grandes temas políticos, como lo son la
crisis financiera, la inmigración o Turquía.
El único camino para recuperar credibilidad -y para contener
la marea de desintegración- será el de abordar esos problemas de frente y, al
tiempo, cuestionar los clásicos enfoques pro europeos que utilizaban el
idealismo para evitar decisiones difíciles.
En lugar de ocultar este hecho, las instituciones europeas
necesitarán enfrentarse a él, y buscar los modos de mantener el sentido de un
objetivo común en el mundo mientras se impide que países auto excluyentes como
el Reino Unido entorpezcan las soluciones efectivas para cada una de las áreas
de integración.
Por otra parte para prevenir que una Unión más diversa se
empantane en una competición en busca de recursos de suma cero, los líderes
europeos necesitarán llegar a un nuevo y explícito acuerdo entre acreedores y
deudores, entre Estados miembros del Norte y del Sur, del Este y del Oeste.
Ello necesitará conciliar austeridad con transferencias de presupuesto, y
liberalización con protección social.
Y, finalmente, los líderes de Europa necesitarán encontrar
el modo de volver a inyectar política en la integración. Eso es más fácil de
decir que de hacer: el método Monnet fue declarado muerto hace tres décadas,
pero los Gobiernos europeos se han visto obligados a recuperarlo repetidamente
ante la dificultad de ganar a la opinión pública.
Sin embargo, la triple crisis de Europa ha despojado a los
Gobiernos nacionales del lujo de esconderse detrás de los débiles líderes que
instalaban en Bruselas. Para impedir las consecuencias electorales del fracaso,
deberían establecer ahora un panorama que las instituciones de la UE puedan
poner en práctica. Desde su comienzo, la integración europea ha ido progresando
en respuesta a crisis repetitivas, pero requiere de liderazgo político para
hacer de ellas una fuente de energía en vez de parálisis. Este es el momento
para la reinvención, no para el conservadurismo.
María
Gabriela Sosa Anaya.
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