Editorial
Después del ojo afuera, no hay Santa Lucía que valga
Federico es un niño de once años de edad. La directora del colegio al que asiste se encuentra muy preocupada porque muestra una actitud extremadamente protectora hacia su hermana menor: no permite que nadie se le acerque, insulta a todas las personas (niño y adultos) que intentan aproximarse a ella, y cuando por una u otra razón la niña interactúa con alguien, la agrede verbalmente. Al realizar la evaluación del caso, la directora encontró que Federico tenía mucho miedo de que a su hermana le pasara lo mismo que a él. Cuando estaba en segundo de primaria su profesora lo llevaba a su casa con otros compañeros de clase, para que la observaran mientras tenía relaciones sexuales con su pareja.
Los efectos a largo plazo del trato inadecuado no están reportados en la literatura, de manera diferenciada. La mayor parte de los datos se obtienen de lo que se han denominado “cuadros clínicos”, es decir, los resultados de los casos que se presentan en la consulta médica, psiquiátrica o psicológica. Por otro lado, algunos expertos en el tema consideran que el abandono se constituye en uno de los principales factores de riesgo para el abuso sexual. En primer lugar porque el niño pasa demasiado tiempo sin supervisión ni apoyo, y segundo, porque en ausencia de otras formas de contacto el abuso se convierte en una opción válida de satisfacción afectiva.
Ante un círculo de silencio de padres, vecinos y niños que no quieren hablar, buenos son todos los esfuerzos posibles a través de los medios de comunicación para llegar a la detección precoz.
En todos los países existe un número indeterminado de niños abusados, pero no es posible distinguir a las víctimas de pedofilia, o abusos porque son silenciosos. Sólo en la medida en que se empiece a conversar, comenzará a prevenirse.
Es el momento de decirles a los papás que casos como éste puede pasar en sus casas, que entiendan que el abuso sexual de menores, generalmente, viene de parte de personas cercanas, no se trata de crear pánico ni desconfianza irracional, solo hablar del tema, solo prevenir.
Hay que educar a los niños, y eso pasa por el hogar en su primera instancia, luego por los profesores, por los médicos en sus controles periódicos con los niños y sus padres, por los periodistas, por que se hable del problema finalmente.
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