EDITORIAL
El trabajo
nocturno implica que seamos productivos en un horario en que nuestro cuerpo
debería descansar. Nuestro ritmo biológico, indica que a partir de las 9 p.m. es la hora de dormir; por lo que es
contraproducente alterar el horario. La insatisfacción laboral, más frecuente
en estos trabajadores, y el empobrecimiento de la vida extra laboral abonan el
terreno para la aparición de problemas de salud.
Los horarios
irregulares y el trabajo nocturno interfieren en la vida social y familiar de
los trabajadores, limitando sus relaciones sociales; incluso se ha identificado
una mayor incidencia de divorcios en los trabajadores por turnos.
La
delincuencia es un factor importante para los que laboran en la noche; ya que,
las calles tienden a estar más solas, y están sobreexpuestos a ser atacados,
robados o secuestrados.
Aunque el
trabajo nocturno está presente en todos los sectores laborales, es más
frecuente en algunas actividades, especialmente en la industria, sanidad,
servicios sociales, servicios de emergencia y hostelería. Se observa, por otra
parte, una creciente tendencia a recurrir a trabajadores inmigrantes para
realizar tareas de vigilancia nocturna en obras, pequeños establecimientos o
parkings.
Es cierto que
en determinadas actividades no es posible eliminar el trabajo nocturno, en unas
por razones sociales y de servicio y en otras, por razones tecnológicas. Pero
es igualmente indiscutible que hay muchos trabajos nocturnos de los que se
podría prescindir. Sin embargo, la tendencia dominante es la de incrementar la
productividad y competitividad mediante “24 horas al día, 7 días a la semana,
365 días al año” en multitud de actividades (financieras, comerciales, de
comunicaciones, etc.) generando un volumen de empleo en horarios “antisociales”
que desequilibran el binomio trabajo-vida de muchas personas.
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