martes, 10 de julio de 2012


DISFRUTANDO CHORONÍ
Antonio Martínez sólo quiso escapar de la rutina maracayera, de la ciudad, las colas, el tráfico, el bullicio y la rutina. Se montó en su carro y decidió internarse en las fauces del parquenacional Henri Pittier. No iba solo, su novia lo acompañaba, ya llevaban más de un año sin salir de vacaciones y casi dos años encerrados en Maracay, todo gracias al nuevo trabajo de Antonio como gerente de ventas en una reconocida empresa de alimentos.
“Empaque un traje de baño, un short y dos franelas. No importaba el destino, sólo salir de la ciudad con mi novia, distraernos y pasar dos días relajados, cerca del mar. Un amigo común nos había dicho que si subíamos por la vía del Limón llegaríamos a Cata, Ocumare y Cuyagua. Pero que si nos íbamos por la principal de las Delicias, pasando el Hotel Pipo y la urbanización El Castaño, encontraríamos la vía hacia un paraíso terrenal llamado Choroní”, comentó Martínez.
Tras recorrer 90 minutos aproximadamente de curvas que suben y bajan, por una estrecha carretera rodeada de vegetación, pasando por cascadas, pozos, puentes, y alguna venta de frutas o chicharrón, se vislumbra uno de los pueblos más pintorescos de la costa venezolana. Choroní -llamado así por la tribu de indios que habitaba la zona-, posee una arquitectura enclavada en el siglo XVIII, la cual ha servido como base para la construcción de agradables posadas que se adaptan a todos los gustos y presupuestos.
Su ambiente contrasta casi tanto como su paisajismo. De un lado la verde muralla que lo protege, y al otro, el mar Caribe con sus azules turquesa y mágicos atardeceres. De día, Choroní es un pueblo de pescadores, con la tranquilidad característica de los lugares aislados de la urbe; pero de noche, los tambores, la fiesta, la diversión y las bebidas espirituosas se dan cita para entretener a locales y foráneos. Restaurantes, bares, licorerías, puestos de comida y ventas de artesanía sirven como punto de encuentro para comenzar la ruta nocturna que termina al amanecer.
Cama y Mesa
Una vez que atraviesan la plaza Bolívar, la Iglesia de Santa Clara de Asís, y la casa de la Madre María de San José -primera beata venezolana-, comienza un desfile de ventanales y techos rojos que sirven de fachada para hostales y posadas con singulares encantos, pero con dos elementos comunes vitales para el turista: el buen servicio y la cordialidad.
Entre las posadas más acogedoras y tradicionales de Choroní se encuentra La Casa de Las García, ubicada en la antigua Hacienda El Portete y rodeada por amplios jardines, una auténtica casa colonial de finales de 1.700 que transporta a sus visitantes a una época colonial. Luego, vía Puerto Colombia, encontramos una casona escondida entre cocotales y palmeras llamada Akelarre, con tan sólo cuatro habitaciones es el lugar ideal para escaparse un fin de semana romántico, sus desayunos son la mejor representación de la típica gastronomía mantuana. Ya llegando al Puerto, justo antes de la vía a Playa Grande, nos encontramos con una de las más famosas de la zona, Hostal Casa Grande,  a pocos pasos del malecón y conservando el estilo colonial característico, sus amplios corredores y refrescante piscina son ideales para relajarse luego del día de playa.
Si bien su aspecto autóctono nos invita a envolvernos en una estela de  sencillez, Choroní también nos brinda una amplia gama de opciones para consentir el paladar con la más selecta gastronomía. Más allá del típico pescado frito con tostones, la cocada y la reconocida guarapita -que no debemos olvidar- hay sitios como Azafrán, donde la cocina de autor hace gala a través de una fusión mediterránea, asiática y mantuana. Para los amantes del pescado y los mariscos, hay un lugar ideal llamado Casabe, donde encontrarán un menú dirigido de seis platos al que sólo podrán acceder los días sábados, pero que bien vale la pena esperar y reservar con tiempo para garantizar una cena fuera de lo común.
En peñero
Si bien Choroní ofrece una oferta inmejorable de hospedaje y gastronomía, sólo posee una playa cerca y accesible para el turista. Playa Grande, a pocos metros del pueblo, es uno de los paisajes más emblemáticos de la región. Una larga playa rodeada de cocoteros que deslumbra con sus azules aguas y  amplios bancos de arena perfectos para descansar y dejarse tostar bajo los rayos del sol.
Pero visitar Choroní y no montarse en un peñero es como ir a la playa y no bañarse en el mar. Justamente en Puerto Colombia, se encuentra el terminal de peñeros más importante del pueblo. Allí se negocia cual bolsa de valores, los precios, destinos, horarios y servicios de quien desee aventurarse a conocer las diferentes playas aledañas. Quizá la más cotizada sea Uricao, por su blanca arena, agua cristalina y exquisita gastronomía, sólo falta que el buen tiempo se haga presente para poder entrar, ya que el acceso no siempre es fácil debido al oleaje y más de un peñero ha sufrido la embestida de una mar embravecida.
En dirección al occidente, encontraremos destinos como Chuao y Cepe, playas realmente encantadoras, alejadas de la civilización y donde aún se respira lo virginal de nuestros paraísos tropicales. Hacia el oriente, los pueblos de Ocumare, Cata y Cuyagua nos dan la bienvenida, permitiéndonos llegar en peñero y hasta pernoctar a la orilla del mar si acaso una carpa o un sleepingbag nos hizo compañía. Y en esta misma dirección, queda otra maravilla natural llamada La Ciénaga, una laguna de agua salada, convertida en parque nacional, que guarda entre su manto un sinfín de manglares y ecosistemas marinos, que junto a su tranquila marea permite pasar el día de forma placentera, sin mayores preocupaciones, y sólo 45 minutos de navegación desde Choroní.
Esta pequeña población, escondida entre el mar y la montaña, representa un destino privilegiado para aquellos que quieran disfrutar de hermosos paisajes, playas amplias y poco concurridas, floreciente gastronomía y espacios únicos para el disfrute en pareja. Para mayor información sobre el pueblo, sitios donde hospedarse y lugares de recreación, pueden visitar:
       - http://choroni.travel/



 JULIO CÉSAR MONTOYA

 
 


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