Un
ingenuo engaño de la vida
Daniel
Gonzales Taxista de profesión por más de 15 años, un hombre emprendedor y de
buenos sentimientos, vivía con su esposa Estefanía Martínez y con sus dos
hijos: un niño llamado Carlos Daniel de 14 años, el más atlético e inteligente y Lucia Endrina de 11
años, una niña de grandes sentimientos y tan emprendedora como su padre, tenía
unos ojos hermosos de color café, y el cabello castaño. Su padre disfrutaba pasar
cada instante libre junto a sus dos pequeños; con el pasar de los años la económica
de la familia Gonzales empeoró notoriamente. Casi no tenían que comer, ni para
pagar los gastos diarios de cada integrante de la familia; una
noche la señora Martínez le dijo a su esposo lo complicada que estaba la
situación, ya no tenían como alimentar a sus dos hijos, y mucho menos con un solo sueldo.
Finalmente,
tomaron la decisión de llevar a los dos pequeños a San Cristóbal por unos meses, luego de que su madre y su
padre trabajaran para reunir dinero, los buscarían al cabo de unos seis o siete
meses. Ésta pareja jamás se imaginó que Carlos y Lucia estarían escuchando tras
la puerta y luego de haber oído que serían llevados aquél pueblo, decidieron
hacer un plan para escapar. Lo que estos dos niños jamás se imaginaron, es que su padre estaba destrozado por haber tomado
esta determinación.
La mañana siguiente todo
ocurrió como habían oído. Los levantaron temprano al terminal, le dieron una
arepa a cada uno y emprendieron la marcha hacia San Cristóbal. Lo que Gonzales
y la señora Martínez no sabían era que durante la noche, Carlos había planificado
emprender la trayectoria de su viaje para poder regresar a casa. Al pasar las
horas llegaron a San Cristóbal, donde fueron recibidos por sus familiares, la
pareja con gran tristeza y lágrimas en
los ojos les dijeron que los esperaran allí hasta que terminaran de trabajar.
Por largas horas, hasta que se hizo de noche, los niños permanecieron allí junto a aquellas personas, que para ellos eran desconocidos, sin embargo, estaban tranquilos porque tenían la ilusión de que volverían por ellos.
Por largas horas, hasta que se hizo de noche, los niños permanecieron allí junto a aquellas personas, que para ellos eran desconocidos, sin embargo, estaban tranquilos porque tenían la ilusión de que volverían por ellos.
Cuando
llegó la noche se Lucia decidió que era tiempo de volver, pero su hermano pensó
que debían esperar a que todos se durmieran. Y así lo hicieron, al escuchar los
ronquidos de aquellas personas que dormían junto a ellos, salieron de la
habitación sigilosamente hasta emprender el camino de regreso a casa; contando
con la buena memoria de Carlos caminaron por largas horas, pero se dieron
cuenta que se habían equivocado de vía.
Solos, con hambre y muertos de miedo, los dos niños se
encontraron en medio de una ciudad desconocida, no sabían a dónde dirigirse; vagaron
durante horas, hasta que por fin encontraron un lugar donde descansar. Como en
el cuento de Hansel y Gretel dos niños encontraron una casa hermosa y con
muchos dulces, cuando decidieron entrar
se encontraron con una bruja malvada que los quería lastimar. Fue justo así
como Carlos y Lucia miraron a lo lejos de un terreno baldío, una casa que se veía segura y cómoda, al
acercarse notaron que realmente era una pequeña cabaña, muy bonita en la que sólo se veía monte
y árboles a su alrededor, tenía una vista encantadora, de ahí se podía mirar la
ciudad entera. Deslumbrados por aquella bella casita de cuentos de hadas.
Carlos corrió
hacia ella diciendo a su hermana que esperara su señal para que pudiera entrar,
los pequeños se lanzaron sobre la casa,
sin notar que dentro de ella vivía un malvado hombre que inmediatamente los
invitó a su humilde hogar, ofreciéndoles comida y comodidades. Al pasar las semanas el hombre se volvió un
ogro, un hombre sin escrúpulos y
profesional en el tráfico infantil; a cada instante le
ordenaba a Lucia que le sirviera a sus amigos con lo que pidieran, además la
vendía a muchos hombre por tan solo una noche, todos estaban dispuestos a pagar
un alto costo por ella.
A Carlos lo puso a
trabajar para que justificara la comida
que se le daba. Día tras día Lucia debía
complacer a los amigos de ese mal hombre, vendiendo su cuerpo o sirviéndoles
tragos. Al final del día, con el mayor de los gustos, le servía a su hermano un
poco de comida después de cada jornada
de trabajo pidiendo limosnas en las calles; y con la esperanza de que un día un
buen postor ofreciera una buena cantidad de dinero por él. Aún así, ellos tenían plan, como el hombre era muy corto de
vista, todos los días le pedía a Carlos que le mostrara los billetes, para
verificar que cubriera la cuota de trabajo diario.
El
niño solo mostraba los billetes de gran denominación, él quedaba con los de
poco valor, para guardarlos dentro de su ropa interior de forma de que el hombre
estuviera conforme con él. Como era de esperarse, esa situación no podía durar
por siempre, y un día el hombre se molestó por el poco dinero que este ofrecía
y decidió ponerlos a la venta y puso a
Lucia a entrevistarse con los compradores para asegurar el primer pago de más
de trescientos millones; como Lucia se negó no le quedo otra opción que venderlos
a los 2 por precio de uno.
Le
dio instrucciones precisas de decir que su apellido era Arteaga. Pasaron de un
lado a otro. Al llegar al aeropuerto, el hombre le dice a Carlos que fuera a comprarle
algo de comer, pero al momento que sube la mirada ve que junto al local donde
venden el refresco esta la policía, Lucia sin esperar un momento, empezó a
gritar y dejo que inmediatamente los policías detuvieran aquel malvado hombre, que dando grandes gritos se lo llevaron. Los dos
hermanos corrieron y se abrazaron.
Los policías los
llevaron a protección para menores, donde fueron sometidos a terapia durante
meses por especialistas de psicología y psicopedagogos. Los niños contaban su
historia con temor de volver con sus padres, no querían ser abandonados
nuevamente, ni mucho menos explotados, cada noche soñaban lo que vivieron junto
aquél mal hombre que les destruyó la vida. Los especialistas trataron de
explicarles que sus padres no habían hecho esto con la intensión de
abandonarlos; además mencionaron que muchos casos como estos suceden a diario;
trafican constantemente a más de 400 millones de
niños y niñas para prostituirlos, venderlos o explotarlos. Aunque
ellos habían corrido con la suerte de ser recuperados por la policía, no
querían regresar a casa por temor.
Una
mañana Carlos se levantó recordando aquellas palabras de su padre cuando le
dijo a su esposa, que él no quería abandonar a sus hijos, lucia rezaba con
mucho fervor a Dios para que le diera la fuerza de perdonar a sus padres, y luego de una larga
conversación entre hermanos, con gran asombro y temor, pidieron a las
encargadas de la casa hogar que los llevaran con sus padres. Gonzales y la
señora Martínez al verlos llegar, se llenaron de gran emoción, ligada con un
pequeño sentimiento de tristeza, por haber hecho que sus hijos pasaran por toda
esta tragedia. Los niños corrieron para abrazarlos y luego de su reencuentro, vaciaron sus
bolsillos con una gran cantidad de dinero reunida en todo el tiempo que tenían trabajando y que
ante los incrédulos ojos de su padre eran millones de bolívares.
Debemos
hacer un frente común para luchar contra el tráfico infantil, este es un
problema que no incumbe a todos, debemos pelear contra este crimen de
explotaciones de niños o de mujeres. Infantes que aún no conocen lo que es la
maldad de las calles, caen constantemente en estos casos por descuidos de los
padres, seamos consientes y cuidemos a nuestros hijos.
Roxana
Benavente
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