jueves, 12 de julio de 2012


Un ingenuo engaño de la vida


Daniel Gonzales Taxista de profesión por más de 15 años, un hombre emprendedor y de buenos sentimientos, vivía con su esposa Estefanía Martínez y con sus dos hijos: un niño llamado Carlos Daniel de 14 años, el más  atlético e inteligente y Lucia Endrina de 11 años, una niña de grandes sentimientos y tan emprendedora como su padre, tenía unos ojos hermosos de color café, y el cabello castaño. Su padre disfrutaba pasar cada instante libre junto a sus dos pequeños; con el pasar de los años la económica de la familia Gonzales empeoró notoriamente. Casi no tenían que comer, ni para pagar los gastos diarios de cada integrante de la familia; una noche la señora Martínez le dijo a su esposo lo complicada que estaba la situación, ya no tenían como alimentar a sus dos hijos, y mucho menos con  un solo sueldo.    

Finalmente, tomaron la decisión de llevar a los dos pequeños a San Cristóbal  por unos meses, luego de que su madre y su padre trabajaran para reunir dinero, los buscarían al cabo de unos seis o siete meses. Ésta pareja jamás se imaginó que Carlos y Lucia estarían escuchando tras la puerta y luego de haber oído que serían llevados aquél pueblo, decidieron hacer un plan para escapar. Lo que estos dos niños jamás se imaginaron, es que  su padre estaba destrozado por haber tomado esta determinación.  

         La mañana siguiente todo ocurrió como habían oído. Los levantaron temprano al terminal, le dieron una arepa a cada uno y emprendieron la marcha hacia San Cristóbal. Lo que Gonzales y la señora Martínez no sabían era que durante la noche, Carlos había planificado emprender la trayectoria de su viaje para poder regresar a casa. Al pasar las horas llegaron a San Cristóbal, donde fueron recibidos por sus familiares, la pareja con  gran tristeza y lágrimas en los ojos les dijeron que los esperaran allí hasta que terminaran de trabajar.
Por largas horas, hasta que se hizo de noche, los niños permanecieron allí junto a aquellas personas, que para ellos eran desconocidos, sin embargo, estaban tranquilos porque tenían la ilusión de que volverían por ellos.

Cuando llegó la noche se Lucia decidió que era tiempo de volver, pero su hermano pensó que debían esperar a que todos se durmieran. Y así lo hicieron, al escuchar los ronquidos de aquellas personas que dormían junto a ellos, salieron de la habitación sigilosamente hasta emprender el camino de regreso a casa; contando con la buena memoria de Carlos caminaron por largas horas, pero se dieron cuenta que se habían equivocado de vía. 

          Solos, con hambre y muertos de miedo, los dos niños se encontraron en medio de una ciudad desconocida, no sabían a dónde dirigirse; vagaron durante horas, hasta que por fin encontraron un lugar donde descansar. Como en el cuento de Hansel y Gretel dos niños encontraron una casa hermosa y con muchos dulces,  cuando decidieron entrar se encontraron con una bruja malvada que los quería lastimar. Fue justo así como Carlos y Lucia miraron a lo lejos de un terreno baldío,  una casa que se veía segura y cómoda, al acercarse notaron que realmente era una pequeña  cabaña, muy bonita en la que sólo se veía monte y árboles a su alrededor, tenía una vista encantadora, de ahí se podía mirar la ciudad entera. Deslumbrados por aquella bella casita de cuentos de hadas.

         Carlos corrió hacia ella diciendo a su hermana que esperara su señal para que pudiera entrar,  los pequeños se lanzaron sobre la casa, sin notar que dentro de ella vivía un malvado hombre que inmediatamente los invitó a su humilde hogar, ofreciéndoles comida y comodidades.    Al pasar las semanas el hombre se volvió un ogro,  un hombre sin escrúpulos y profesional en el tráfico infantil; a cada instante le ordenaba a Lucia que le sirviera a sus amigos con lo que pidieran, además la vendía a muchos hombre por tan solo una noche, todos estaban dispuestos a pagar  un alto costo por ella. 
 
           A Carlos  lo puso a  trabajar para que justificara la comida que se le daba.  Día tras día Lucia debía complacer a los amigos de ese mal hombre, vendiendo su cuerpo o sirviéndoles tragos. Al final del día, con el mayor de los gustos, le servía a su hermano un poco de comida después de cada  jornada de trabajo pidiendo limosnas en las calles; y con la esperanza de que un día un buen postor ofreciera una buena cantidad de dinero por él. Aún así, ellos  tenían plan, como el hombre era muy corto de vista, todos los días le pedía a Carlos que le mostrara los billetes, para verificar que cubriera la cuota de trabajo diario. 

El niño solo mostraba los billetes de gran denominación, él quedaba con los de poco valor, para guardarlos dentro de su ropa interior de forma de que el hombre estuviera conforme con él. Como era de esperarse, esa situación no podía durar por siempre, y un día el hombre se molestó por el poco dinero que este ofrecía y decidió  ponerlos a la venta y puso a Lucia a entrevistarse con los compradores para asegurar el primer pago de más de trescientos millones; como Lucia se negó no le quedo otra opción que venderlos a los 2 por precio de uno.

Le dio instrucciones precisas de decir que su apellido era Arteaga. Pasaron de un lado a otro. Al llegar al aeropuerto, el hombre le dice a Carlos que fuera a comprarle algo de comer, pero al momento que sube la mirada ve que junto al local donde venden el refresco esta la policía, Lucia sin esperar un momento, empezó a gritar y dejo que inmediatamente los policías detuvieran aquel  malvado hombre, que  dando grandes gritos se lo llevaron. Los dos hermanos corrieron y se abrazaron. 

Los policías los llevaron a protección para menores, donde fueron sometidos a terapia durante meses por especialistas de psicología y psicopedagogos. Los niños contaban su historia con temor de volver con sus padres, no querían ser abandonados nuevamente, ni mucho menos explotados, cada noche soñaban lo que vivieron junto aquél mal hombre que les destruyó la vida. Los especialistas trataron de explicarles que sus padres no habían hecho esto con la intensión de abandonarlos; además mencionaron que muchos casos como estos suceden a diario; trafican constantemente a más de 400 millones de niños y niñas para prostituirlos, venderlos o explotarlos.   Aunque ellos habían corrido con la suerte de ser recuperados por la policía, no querían regresar a casa por temor.

Una mañana Carlos se levantó recordando aquellas palabras de su padre cuando le dijo a su esposa, que él no quería abandonar a sus hijos, lucia rezaba con mucho fervor a Dios para que le diera la fuerza de perdonar  a sus padres, y luego de una larga conversación entre hermanos, con gran asombro y temor, pidieron a las encargadas de la casa hogar que los llevaran con sus padres. Gonzales y la señora Martínez al verlos llegar, se llenaron de gran emoción, ligada con un pequeño sentimiento de tristeza, por haber hecho que sus hijos pasaran por toda esta tragedia. Los niños corrieron para  abrazarlos  y luego de su reencuentro, vaciaron sus bolsillos con una gran cantidad de dinero reunida  en todo el tiempo que tenían trabajando y que ante los incrédulos ojos de su padre eran millones de bolívares.

Debemos hacer un frente común para luchar contra el tráfico infantil, este es un problema que no incumbe a todos, debemos pelear contra este crimen de explotaciones de niños o de mujeres. Infantes que aún no conocen lo que es la maldad de las calles, caen constantemente en estos casos por descuidos de los padres, seamos consientes y cuidemos a nuestros hijos.


Roxana Benavente
 


No hay comentarios:

Publicar un comentario